Es difícil estimar el número de los adheridos –entre 150.000 y 800.000 en Estados Unidos–, en parte, quizá, porque es un fenómeno sin un credo definido. También por ello se compone de muchos elementos, aunque sus seguidores compartan algunas creencias comunes, como el igual valor de todos los seres vivos –incluido el hombre, que no es imagen de Dios–, la posesión del poder divino y la capacidad de alterar la propia conciencia.
La escena que alguna vez resultó chocante, tras repetirse y volverse habitual, ya casi nadie advierte su error y riesgo. Entre los folletos de academias y de tiendas que se entregan a diario en las calles de las grandes ciudades se cuela, cada vez más a menudo, una publicidad bien distinta: «Profesor Borama. No hay problema sin solución»; «Profesor Mouctar. ¡Ayuda a resolver diversos problemas con rapidez y garantía!» Y, desde luego, prometen la solución para todo: enfermedades, adicciones, problemas matrimoniales y amorosos, judiciales, impotencia sexual, exámenes, negocios, suerte, depresión…, en fin, «una vida nueva y poner fin a todo lo que le preocupa». Es la forma más novedosa, pero no promete nada demasiado distinto a la publicidad que ya estamos acostumbrados a ver en la prensa y en televisión.
La Fundación SPES (Servicio para el Esclarecimiento de Sectas y Nuevos Movimientos Religiosos) fue en su tiempo un gran referente en la denuncia y advertían que publicaciones como las citadas no se trata de sucesos aislados… «La creencia popular en la magia y el temor frente a la posibilidad de un maleficio son explotados por numerosos nuevos movimientos de características sectarias», señalaban. Movimientos relacionados con la Nueva Era y, especialmente, los más diversos cultos afroamericanos -advertían desde SPES-, «prometen solución a todos los problemas, recurren a la concepción mágica en su proselitismo». Las personas que acuden a ellos, normalmente desesperadas, «no reciben explicaciones relacionadas con la actual situación, sino que les han hecho un maleficio y que, para deshacerlo, deben entregar sumas que van desde los doscientos a los cinco mil dólares o más, o abandonan tratamientos médicos con graves consecuencias».
El italiano Massimo Introvigne, director del Centro europeo de Estudios sobre Nuevas Religiones, sacó a la luz pública en una entrevista hace ya tres años, que cerca de un quinto de la población, tanto en Europa occidental como en Estados Unidos, se dirige, al menos una vez al año, a un mago u otro profesional de lo oculto pagano; y los ricos van más que los pobres. Ya en 2002 eran 7.250 los magos que en Italia se anunciaban a través de medios tradicionales o en Internet. Por ello el Ministerio de las Comunicaciones aprobó un código de autorregulación, que establecía límites a estas televentas y prohibía pedir dinero a cambio de resolver problemas personales. Para Introvigne estos fenómenos constituyen el nivel más popular de la creencia en la magia. Otros dos aspectos del problema, mucho más minoritarios, son la adhesión a los movimientos mágicos –menos del 0,1% de la población italiana– y el interés serio en la cultura esotérica, todavía menor, pero que se da en su mayoría entre «personas influyentes en el mundo académico y cultural», puntualiza Introvigne.
¿Magia blanca?
José María Baamonde (1959-2006), fundador de SPES, utilizaba la palabra magia para toda «concepción mecanicista basada en el convencimiento de que existe una fuerza en la naturaleza, susceptible de ser captada merced a diversos rituales, y utilizada en beneficio o detrimento de los hombres». Este concepto –continúa- «se asienta en la creencia paralela y recíproca de dos mundos (visible o invisible), con sus respectivas fuerzas y correspondencias», de tal manera que lo actuado en el mundo visible tendrá una correspondencia determinada en el invisible, y viceversa. Popularmente, la magia se clasifica, según sus fines, en blanca y negra. La blanca, según sus defensores, tiene fines positivos y rechaza el satanismo, pero no hay que olvidar que siempre busca ejercer un poder, en la mayoría de los casos sobre las personas que pasan a ser marionetas.
El Catecismo de la Iglesia Católica en el nr. 2117 es muy claro al respecto: «Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo —aunque sea para procurar la salud—, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legítima ni la invocación de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo».
La creencia en la magia y la brujería ha existido desde siempre, pero en los últimos tiempos está gozando cada vez de más aceptación y reconocimiento, incluso institucional. Por ejemplo, en otoño pasado, un tribunal holandés dictaminó que los costes de las lecciones de brujería pueden tener deducción en los impuestos por ser gastos de enseñanza. En las prisiones británicas se pueden emplear sacerdotes paganos para dar consejo espiritual a los internos que así lo soliciten, y se les permite utilizar vino y varas para sus ceremonias.
Ya en 1986 una Corte de Estados Unidos reconoció la Ouija como una religión. La Ouija, al contrario de lo que muchos creen, no es sólo una forma de espiritismo consistente en que un alma se comunique con los hombres a través de las letras escritas en un tablero, sino que es mucho más: «una religión politeísta neopagana de la naturaleza, inspirada por varias creencias occidentales precristianas, que tiene como su deidad central a la Diosa Madre y que incluye el uso de magia herbaria», según Catherine E. Sanders, periodista americana y autora del libro El encanto de la Ouija.
Es difícil estimar el número de los adheridos –entre 150.000 y 800.000 en Estados Unidos–, en parte, quizá, porque es un fenómeno sin un credo definido. También por ello se compone de muchos elementos, aunque sus seguidores compartan algunas creencias comunes, como el igual valor de todos los seres vivos –incluido el hombre, que no es imagen de Dios–, la posesión del poder divino y la capacidad de alterar la propia conciencia. El medio-ambientalismo y el feminismo son otras dos características de la Ouija, que está teniendo un crecimiento muy notable en Norteamérica, debido, según Sanders, al hambre espiritual de los adolescentes.
Nueva Era: el regreso del gnosticismo
La Ouija pretende hundir sus raíces en el paganismo precristiano occidental y, debido a su capacidad de amoldarse a las demandas de un cliente más interesado en la experiencia espiritual que en una verdad determinada, se caracteriza por una heterogeneidad que hace muy difícil marcar los límites con otros fenómenos como magia, paganismo, etc. Para José María Baamonde, todos ellos se identifican, sobre todo, por ser creencias gnósticas, es decir, «que postulan la existencia de un conocimiento oculto. Mediante una iniciación –un ritual o un curso–, se accede a este conocimiento, por el cual se alcanzará la salvación, a diferencia de las religiones clásicas o tradicionales, donde la salvación deviene de la fe o la conducta». Baamonde explica que el gnosticismo, el poder salvarse mediante el conocimiento y el esfuerzo, sin contar con la gracia de Dios, ha sido siempre la mayor tentación en el cristianismo.
También es muy clara la relación de todos estos fenómenos con el crecimiento de la New Age (Nueva Era), que, se podría decir, los engloba. Según Baamonde, la Nueva Era «no es una secta en sí, sino un movimiento sincretista, de características socioculturales muy amplias y con contenidos gnósticos y esotéricos, del que participan cientos de grupos distintos», algunos de los cuales sí registran características sectarias. La astrología, el orientalismo, la magia y las pseudociencias son algunos de sus componentes más comunes.
La Nueva Era es una pseudoreligión light que, como explica José María Baamonde, no acepta dogmas ni ningún tipo de sacrificios, sino que busca borrar las fronteras y enarbola banderas que difícilmente pueden ser rechazadas hoy en día, como el pacifismo, la hermandad universal y la ecología, a la vez que pone al alcance de cualquiera, en este mundo consumista, una experiencia mística sensible, sin tener que pasar previamente por la ascesis de los místicos. Todo ello hace que sea una corriente enormemente atractiva, a la vez que cambiante y difusa, lo que le ha permitido irse introduciendo, muchas veces de forma inconsciente, entre católicos practicantes, «e incluso entre sacerdotes y religiosas», que desconocen su incompatibilidad con la fe cristiana. El principal motivo de esta incompatibilidad es su gnosticismo y su negación de la divinidad de Cristo, a quien «igualan con muchos otros personajes, presentándolo como un iluminado más».
Entre los católicos
Movida por la necesidad de estudiar esta invasión de las conciencias, la Fundación SPES llevó a cabo un estudio entre estudiantes de Secundaria argentinos con un grado básico de formación cristiana, impartida en los tres primeros años de la enseñanza Secundaria. En el cuestionario, se les preguntaba si creían o no en seis temas vinculados con la Nueva Era, entre los que se encontraba la magia. Todos los temas obtuvieron una adhesión superior al 50%, y en algunos casos, llegaba hasta el 88%. En el caso concreto de la magia y de la posibilidad de realizar maleficios, la adhesión fue del 60,20%, entre las chicas, y de 59,47% en los chicos. Es más, el 14,64% de las chicas afirmaba creer mucho en ello, así como el 12,80% de los chicos. Aparte del enorme atractivo de las creencias nuevaeristas, Baamonde cita también la pobre formación en la propia fe de muchos católicos como otra causa de la expansión de la Nueva Era.
Ya en mayo de 1993, el Papa San Juan Pablo II hizo referencia a este problema durante la visita ad limina que realizó un grupo de obispos estadounidenses. Tras reconocer los problemas que presentan «las sectas y movimientos pseudorreligiosos, incluido el llamado New Age», recalcó que «las ideas de la New Age a veces se abren camino en la predicación, la catequesis, los congresos y los retiros, y así llegan a influir incluso en los católicos practicantes, que tal vez no son conscientes de la incompatibilidad de esas ideas con la fe de la Iglesia», pues «en su perspectiva sincretista e inmanente prestan poca atención a la Revelación; más bien intentan llegar a Dios a través del conocimiento y la experiencia, basados en elementos que toman prestados de la espiritualidad oriental y de técnicas psicológicas».
Además –continuó el Santo Padre Juan Pablo II–, «proponen a menudo una concepción panteísta de Dios, incompatible con la Sagrada Escritura y la tradición cristiana. Reemplazan la responsabilidad personal de nuestras acciones frente a Dios por un sentido del deber frente al cosmos, tergiversando así el verdadero concepto de pecado y la necesidad de la redención por medio de Cristo».
En esa misma alocución, San Juan Pablo II subrayó «la crisis de los valores de la sociedad occidental», a la que estos «nuevos movimientos religiosos y terapéuticos pretenden dar respuesta». Nuestra cultura, en definitiva, está llena de almas sedientas que, sin una formación religiosa básica y una guía adecuada, buscarán saciar su sed en la espiritualidad mágica, en apariencia inofensiva, que, cada vez más, impregna la sociedad.
A quienes conozcan a esta gente, en especial jóvenes, Massimo Introvigne les recomienda no aislar a los jóvenes del interés lúdico por la magia, que impregna la cultura contemporánea, porque podría ser contraproducente, al provocar el efecto contrario al deseado. Sin embargo, cuando los jóvenes se dedican activamente al espiritismo y la magia, «es justo preocuparse e intervenir, si bien esta intervención tiene que buscar comprender el malestar que lleva a los jóvenes» a estos comportamientos. Se debe intervenir «de forma delicada, y preguntarse qué es lo que no va en la vida del joven. Hay que hacerles comprender que es una opción de vencido. Pero, sobre todo, hay que proponer. Estos problemas se resuelven cuando los chicos encuentran, quizá en compañía de sus padres o en el ámbito de la fe cristiana, experiencias más significativas y atractivas».
Fuente: Fundación SPES
Autor: José María Baamonde