Frecuentemente la enfermedad, el dolor y la muerte provocan que el hombre, en una búsqueda desesperada de respuestas y soluciones, acuda a movimientos religiosos que hacen de estos temas una vía para un discutible proselitismo. Proselitismo que se ve facilitado por la disminuida capacidad de discernimiento, que se suele registrar cuando atravesamos situaciones límite.
Decían los Padres de la Iglesia que, por el pecado original, entró en el mundo el dolor, la enfermedad y la muerte. Los tres grandes misterios del hombre a los que, con su sola humanidad, difícilmente puede encontrarles un sentido, si la razón no es iluminada por la fe.
El hombre ante al dolor, la enfermedad y la muerte, se enfrenta súbitamente y sin preparativos, ante su finitud, golpeándole muchas veces una fantaseada y pretendida omnipotencia.
La capitalización de la enfermedad para el proselitismo
Frecuentemente la enfermedad, el dolor y la muerte provocan que el hombre, en una búsqueda desesperada de respuestas y soluciones, acuda a movimientos religiosos que hacen de estos temas una vía para un discutible proselitismo. Proselitismo que se ve facilitado por la disminuida capacidad de discernimiento, que se suele registrar cuando atravesamos situaciones límite. Además, la creciente angustia también nos lleva tras soluciones rápidas y, por tanto, generalmente mágicas.
En tales circunstancias tampoco es raro que algunas personas perciban cierta sensación difusa de culpa, dejando lugar en su fantasía que, muy posiblemente, estén “pagando” alguna deuda con la vida o con vaya a saber quién, haciéndonos recordar el pasaje evangélico donde se le pregunta a Jesús: “¿Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padre, para que haya nacido ciego?” , y no deteniéndose en la respuesta consecuente, que podría calmar esa sensación de culpa y devolvernos a cierta objetividad: “Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios” (Jn. 9, 2-3).
En esta situación una persona probablemente se sienta tentada de acercarse a algún movimiento de origen cristiano que haga, de las supuestas sanaciones, el caballito de batalla para engrosar sus filas. Una vez dentro del movimiento y luego que ha sido sometido a una sesión de “curación”, dónde en el mejor de los casos y por sugestión se ha logrado que cese el síntoma emergente (1), de mil maneras le hacen ver que hasta ese momento ha vivido en la oscuridad y el paganismo resultante de no haber abrazado a una “verdadera Iglesia”. De lo cual también se desprende que, de no permanecer en ella, nuevas calamidades se abatirán sobre la persona.
Tampoco es difícil cuando se acentúa el carácter mágico, y no sólo en la búsqueda de soluciones sino también en el origen de la afección, que algún amigo bienintencionado deje entrever la posibilidad de que nos hayan hecho un maleficio. Algo verdaderamente inquietante porque nos pone frente a una maldad extraterrena, inasible y misteriosa que, de alguna manera, explicaría otro sinfín de dificultades por las que atravesamos.
El paso siguiente es la recomendación de asistir a una consulta con alguno de los miles de pais y maes que han empezado a multiplicarse geométricamente en nuestro país a lo largo de las dos últimas décadas. Una vez en la consulta, el diagnóstico es rápido y previsible: “Le han hecho un maleficio … Seguramente un familiar indirecto que le tiene envidia” o “una cuñada o esposa de un primo que siente por usted un amor no correspondido”. La angustia aumenta, porque ahora se suman a las dificultades, un posible y muy delicado conflicto interfamiliar. Pero esta angustia puede desaparecer rápida y mágicamente, ya que enseguida el pai o la mae en cuestión, muy paternalmente nos explicará que el maleficio podrá deshacerse con un “contramaleficio” muy sencillo. Por supuesto que luego de abonar entre 200 y 5000 dólares, según la angustia, posición económica y cara que tengamos en ese momento. En otros casos nos dirán que las afecciones son mensajes del más allá, que quieren mostrarnos algo. Después de esto también se nos sugerirá que permanezcamos en el culto, ya que sólo en él tendremos la garantía que no volverá a caer sobre nosotros otro maleficio más fuerte que el anterior, o dejar de recibir mensajes en forma de afecciones.
“Tuve una entrevista con el Pai Carlos para que me tirara los buzios. Al entrar al templo se puso un largo collar, tomó una campanita , cerró sus ojos y la hizo sonar hasta, según él, se comunicase con mi Orixá. Luego tomó unos caracoles pequeños, los sacudió en sus manos y los arrojó sobre un paño. Después de observarlos me dijo que yo no tenía ningún problema y que comenzara a hacerle preguntas. Hice varias preguntas y, entre ellas, le interrogué por una afección que tenía en las rodillas. El Pai Carlo me respondió que lo mío no era un problema físico, sino de orden espiritual y que mi Orixá era Oxalá, padre de todos los santos y que a través de ese malestar quería hacerme ver que me estaba equivocando de camino”.
“Según el Pai Carlos mi misión estaba dentro de la religión de ellos, y no dentro de la católica donde yo estaba. También me dijo que con esto no querían condicionarme, pero que si no entraba a esta religión, todo me iba a empezar a ir mal” (2).
Una tercera alternativa consiste en que nos acerquemos o nos recomienden alguno de los muchos movimientos psicoterapéuticos o de rehabilitación personal que, inicialmente, ocultan el contenido religioso del grupo para luego ir develándolo paulatinamente. De esta manera fácilmente nos tentarán a comenzar un curso de Control Mental, donde se incluye el aprendizaje de una técnica conocida como “Anestesia de Guante” o “Anestesia del Guante”. Dicha técnica, lejos de obedecer al poder de nuestra mente, consiste en la vieja sugestión hipnótica y posthipnótica (3). Una vez aprendida correctamente podremos, nos dicen, pasar nuestra mano por la zona del cuerpo donde registramos dolor, y éste cesará inmediatamente, permitiéndonos seguir normalmente con nuestras actividades.
Lo que nunca dicen es que el dolor, es un emergente y una alarma. Una señal de aviso, que nos indica que algo en nuestro cuerpo no anda bien. En un principio podremos ocultar o acallar este síntoma, pero no lo que está provocándolo. En el mejor de los casos, si el síntoma obedece a una enfermedad psicosomática, éste desaparecerá para presentarse más tarde, con otro tipo de síntomas más o menos difusos. Pero si la enfermedad es orgánica, el dolor sólo desaparecerá durante un tiempo, luego del cual ni la más potente de las autosugestiones hipnóticas podrá acallarlo.
Llegado ese momento quizás empecemos a dudar de la efectividad del Control Mental y, finalmente, nos decidamos a consultar a un médico. Lamentablemente no son pocas las veces que, cuando esto ocurre, la enfermedad que podría haber sido tratada seria y responsablemente por un profesional, a tiempo para una feliz resolución, hoy nos enteramos que es terminal.
La utilización de la enfermedad para la permanencia
Luego de superada esta primera fase y ya cuando nos encontremos dentro del movimiento como miembros activos, la reinterpretación de posibles enfermedades variará de acuerdo al grupo pero, en todos ellos observaremos que se encuentra comprometida, de alguna manera, nuestra responsabilidad en el mantenimiento del malestar.
En los grupos afrobrasileños, se señalará la falta de entrega al culto, o posibles errores en nuestras ofrendas a los Orixás que, insatisfechos con ella, nos castigan. La consulta al médico es improbable, porque el pai o la mae , también tienen conocimiento en estas artes, saturándonos de ungüentos, brebajes desconocidos y rituales que fácilmente pueden provocar estados disociativos de la conciencia, corriendo el riesgo de sumar a las dificultades físicas, perturbación psicológicas.
En los grupos psicoterapéuticos o de rehabilitación personal, también se registrará nuestra responsabilidad, por no saber explotar “el poder ilimitado de nuestra mente” que “nos hará como dioses”.
Y finalmente, en grupos de origen cristiano será frecuente escuchar que la reaparición o persistencia de ciertas dolencias, se deben a pecados no confesados, falta de entrega total a Jesús y, virtualmente, la posible posesión de algún espíritu maligno. Estas alternativas tienen el denominador común de “la falta de fe”, por lo que el feligrés además del sentimiento de culpa que empieza a generarse en su interior, es señalado negativamente por los restantes miembros de la comunidad, provocándose una intensa presión grupal.
“… habiendo recién cumplido 17 años, comencé de repente a sentirme muy mal (había tenido ya dos ataques de dolor en el abdomen en noviembre y en diciembre de 1989). Un día mientras realizaba las tareas de limpieza, me sentía muy mal y me senté para descansar un poco. Una pastora que pasaba me preguntó si estaba enferma, lo que negué por el miedo a que me empezaran a decir lo que siempre decían, que la enfermedad se debía a ‘faltas espirituales’”.
“No quería que comenzaran a presionarme, como siempre lo hacían en estos casos, con todas las ‘correcciones’, ‘confesiones’, y ‘oraciones de liberación’. Entonces me levanté, pero tuve un desmayo. Me tuve que acostar, ya que el dolor era insoportable. Empecé a tener fiebre muy alta y a no poder dormir de noche porque deliraba”.
“Después de 8 días de no recuperarme, a pesar de haber leído todo lo que me habían ordenado para obtener la ‘victoria, escuché unos gritos tremendos a través de la puerta. Los pastores decían que yo necesitaba una ‘severa advertencia’ y que tenía que confesar algún pecado que estaba escondiendo. Me dijeron que Oplexicón , uno de los arcángeles de Satanás, me estaba ‘oprimiendo’ (4)”.
En algunos casos, cuando las cosas empeoran y se corre el riesgo de que la persona fallezca, con las complicaciones consecuentes para el grupo, deciden acceder a médicos y hospitales, como lo demuestra la continuación del testimonio recién trascripto:
“Finalmente, no mejorando pese a los continuos exorcismos, fui enviada a un doctor que me mandó a hacerme algunos análisis. Al obtener los resultados, me derivo a un especialista de abdomen, quien recomendó ir urgentemente a un hospital. En el hospital me hicieron análisis y se decidió una intervención quirúrgica, ya que según el facultativo me quedaban pocas horas de vida, de continuar en este estado. Allí se efectuó la intervención comprobándose que poseía una infección generalizada. Me sacaron dos litros de pus del abdomen, junto con las trompas de Falopio, aunque esto no lo supe hasta unos tres días después (5)”.
En algunos grupos se prohíbe la consulta a los médicos, mientras que en otros se desaconseja tácitamente, ya que el acudir a ellos, evidenciaría la falta de fe personal y confianza en Dios, para alcanzar la cura.
“El último lugar al que se debe ir es a un hospital (…)”.
“Pero podemos ver a los medicamentos de la misma manera que los accidentes: ¡la mejor manera de evitar que se equivoquen al administrarnos un fármaco o que nos den una dosis indebida que haga daño es no tomar ninguno!”
“¡El Señor es capaz de curarte cualquier cosa si tienes fe para confiar en El! No sólo es más efectivo y menos peligroso que Dios te cure, sino que además es más barato (…)”.
“Los médicos tienen una razón de ser cuando se trata de cosas de tipo manual como arreglar huesos rotos y otras cosas por el estilo” (6).
Desgraciadamente, con consejos como el precedente, no es difícil que se registren en ciertos casos, desenlaces fatales:
“Mi hermana era una ‘cristiana sincera’, y como estas Cartas de Mo condenaban a la gente que recurría a los medicamentos, ella se sintió culpable y dejó de tomar sus pastillas. El abandono del tratamiento que le habían prescripto, provocó que entrara en coma y posteriormente que falleciera en un proceso muy doloroso” (7).
Siempre me ha llamado la atención de que estos últimos grupos no hayan comprendido que a Dios, le gusta actuar por causas segundas. Lamentablemente, al no haber aceptado como canónicos algunos libros que integran las Sagradas Escrituras, tampoco tuvieron la posibilidad de conocer aquel hermoso y sabio pasaje del Eclesiástico 38, 1-15, que nos dice:
“Honra al médico en atención a sus servicios, porque también a él lo hizo el Señor. Pues de Dios procede el arte de curar … La ciencia del médico le permite llevar la cabeza erguida y ser admirado por los poderosos”.
“El Señor creó de la tierra los remedios y el hombre sensato no los desprecia …”
“El dio a los hombres la ciencia para que se glorifiquen en sus maravillas. En ellas el médico cura y quita el dolor; con ellas el farmacéutico hace sus mezclas. Para que sus criaturas no perezcan …”
“Hijo, en tus enfermedades no te impacientes, sino suplica al Señor y el te sanará …”
“Después recurre al médico, porque también a él creó el Señor y que no se aparte de ti, porque necesitas de él. Porque hay veces que la salud depende de sus manos, y ellos oran a Dios para que les conceda éxito en dar alivio y conservar la vida…”
Notas:
(1) Cf. BAAMONDE José M., “Sanaciones, Posesiones y Exorcismos”, Ed. Spes
(2) Testimonio A/B-IF, C/I, Archivo Fundación Spes
(3) Cf. BAAMONDE, José M., “El Control Mental”, Ed. Spes
(4) Testimonio E/A-IF, D/I, Archivo Fundación Spes
(5) Idem.
(6) Cf. BERG, David, “TESOROS: ¡Consejos Básicos de la Biblia para Conservar la Salud!”, GP, julio de 1987, puntos 51-54, pp. 412 y 413. Para una mayor profundización de este aspecto, ver BAAMONDE, José M., “La Familia: La Verdadera Historia de los Niños de Dios”, Ed. Planeta, Buenos Aires 1993, pp. 88/91.
(7) Idem. pp. 91
Autor: José María Baamonde
Fuente: Fundación Spes